SOBRE su pedestal junto al Palazzo Vecchio, la copia en mármol blanco del crispado David que esculpió Miguel Ángel se está meando a chorros. Un grupo de turistas japoneses la observa atentamente en este trance, ajenos todos ellos al arduo devenir de sus micciones. Aguanta a duras penas, pudoroso, el David, y emerge de su párpado una lágrima sin que un solo nipón caiga en la cuenta. Tan sólo una paloma se percata y, haciendo caso omiso a su apretura, se aleja por los cielos de Florencia. Cuando al cabo parece que se marchan, y aliviado suspira el héroe hebreo, el guía llama la atención del grupo blandiendo un gran paraguas amarillo, y comienza a largarles un plomizo discurso acerca de los clásicos y el canon de belleza, que no asumió el toscano en su obra más nombrada. Rindiéndose a la urgencia de sus vísceras, la estatua orina sobre sus cabezas; “MILAGLO” exclaman todos al unísono, en tanto filman, ávidos, la escena y se relamen con fruición los labios. La estatua, complacida, se sonríe, quizá por el alivio que siente en la vejiga, quizá por ser origen de una fe tan hereje, casual y escatológica.
je, je, me hiciste reir a carcajadas, y aquì frente al ordenador en el trabajo, deben pensar que soy algo asì como una loca.... gracias
ResponderEliminarNo es un "milaglo" que me encante seguirte, y perseguirte, poeta del ingenio.
ResponderEliminarUn abrazo enorme.
JAJAJAJAJA Rafa, genial, genial.
ResponderEliminar¡qué divertido...!
A veces lo cotidiano no nos deja ver lo extraordinario.