DE SÚBITO un mal día –fue tras aquel malentendido gris bajo la lluvia vespertina; nunca lo olvido- dejaron de verse para el resto de sus vidas. Un hecho éste prodigioso, algo inaudito, teniendo en cuenta que no les faltaban ocasiones más que sobradas para la concurrencia: en el parque, en el vestíbulo, en el metro, los pasillos, la oficina, la escalera… Siguieron, como hasta entonces, transitando los mismos espacios, pero siempre ya a destiempo: habían perpetrado tantas veces la aberrante rutina de evitarse mutuamente que, sin que apenas alcanzasen a percibirlo, esa tarde terminó por mudárseles en costumbre contumaz e infranqueable. Y así, al poco tiempo, se desvanecieron como el humo; nunca más volvieron a ser vistos. Nadie supo lo que pudo haberles ocurrido, pero todos pensaron que lo más probable es que hubiesen muerto. Después los olvidaron. Para siempre.
Olvidar... la forma más fácil y quizás cruel de curarse. Quizás ellos olvidaron recorrer el camino que les hacía encontrarse... quizás
ResponderEliminarQuerido Rafa,
ResponderEliminarEs costumbre y algunas veces necesidad regar la memoria con el agua viva del olvido. Va un abrazo sin olvidos, Isa
Cada vez que alguien dice "para siempre" me pregunto en que reloj se derrama ese tiempo hasta vaciarse.
ResponderEliminarBesos
Tanto hicieron por pasar desapercibidos que... se desapercibieron para todos, incluso para ellos mismos.
ResponderEliminar¡me lo copio! Besos y ¡gracias! PAQUITA