Aún con sus ojos vivos, abiertos de espanto, la cabeza de la decapitada avanza rodando, hasta quedarse al borde del mármol negro. Su sangre, a borbotones enraizando, penetra la tierra y orada la madera reseca, hasta empapar la médula de la espina amarilla que, clavada en el corazón del vampiro, daba descanso a sus sueños desterrados. Y anegado de celestes y dorados, vuelve a vivir la macabra agonía de sentirse carroña muriendo.
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Quitando el lado oscuro, maravilloso poema Rafa, eres un poetazo como la copa de un pino...
ResponderEliminarUn besote
Yo amo los cuentos grotescos y si son así de cortos, mejor... por dios, con este te fuíste directo a la yugular.
ResponderEliminarMe encantooooo!
Besos.
:)