Hoy que vuelve a cobrar fuerza la demagogia falaz de los que pregonan el "agua para todos", de los que se lamentan del "agua que se pierde en el mar" y de los que pretenden cubrir de hormigón y asfalto caulquier hálito de vida, recupero este artículo "novelado" que escribí allá por mayo del año 2001 y que fue publicado en el diario Huelva Información.
Un aspecto que normalmente no se tiene en cuenta a la hora de evaluar la incidencia ambiental de una determinada obra o proyecto es el de los impactos que podríamos denominar remotos, el tan de moda “efecto mariposa”, algo que, dicho así, puede parecer una cursilada o el producto de la mente “acalorada” de intelectuales y tecnócratas locos o pedantes, pero que, lejos de esto, es algo muy a tener en cuenta. Así, hoy comienza a haber cierto consenso en admitir que fenómenos como los incendios de 1997 en Australia e Indonesia o los más recientes de la selva amazónica tienen su origen (o, mejor, parte del mismo para acometer una más lógica explicación multifactorial en la causalidad de los fenómenos) en el ya famoso “Niño” del Pacífico Chileno, con una desconocida virulencia inusitada de sus manifestaciones en la actualidad como consecuencia del ¿cambio climático? : El efecto mariposa o los impactos remotos de los diferentes fenómenos naturales o antrópicos a los que hasta hace muy poco tiempo no se había dado ninguna relevancia.
Este efecto mariposa a nivel global o planetario es algo que a escala regional también se produce, siendo, si cabe, hasta más evidente. No obstante cuando se realizan estudios de impacto no se suelen tener en cuenta estos efectos remotos, bien en el plano espacial o en el temporal. Se evalúan casi exclusivamente los impactos más o menos locales y los que se pueden producir a corto o medio plazo.
Para ilustrar y hacer más comprensible este argumento me voy a permitir contar una historia, en la que por supuesto, “todos los hechos, lugares y personajes son ficticios y cualquier coincidencia con la realidad es pura casualidad”.
Erase una vez un país llamado IMPACTOLANDIA. Este era un lugar maravilloso, con inmensos bosques, magníficos ríos y tierras fértiles que sus habitantes aprovechaban de un modo tradicional y sostenible, sacando de la Naturaleza lo que necesitaban para vivir y compensando a la misma con un exquisito respeto por sus valores. No había grandes fortunas, todos tenían que trabajar a diario para vivir y todos vivían dignamente.
Pero un día llegó a aquellas tierras un gran emprendedor, llamado Señor X (no confundir con el Señor X de los GAL), con grandes proyectos. Él sólo iba a transformar la anticuada economía de aquel “atrasado” país, mediante la instalación de diferentes industrias basadas en la materia prima de aquellos “inútiles” bosques. Iba a generar energía (limpia por supuesto), a fabricar papel, muebles y un sin fin de productos manufacturados y, de paso, iba a proporcionar un enorme número de puestos de trabajo a los habitantes de la zona, porque aunque éstos ya tenían trabajo suficiente en el aprovechamiento sostenible de unos recursos naturales que eran su patrimonio inmemorial, sus técnicas de producción eran muy anticuadas y generaban poco valor añadido y escasas plusvalías. Con los nuevos avances prometidos, su trabajo iba a ser mejor y de mayor calidad e incrementarían notablemente su nivel de vida.
Así que en pocos años el Señor X acabó con aquel estúpido bosque sin utilidad alguna (no hubo oposición ninguna, no había aún conciencia ambiental; ni se evaluaron posibles impactos: por aquel entonces aún no existía esa molesta e inútil figura legal que la mayoría de las veces sólo sirve para impedir el “desarrollo), dejando en su lugar unas tierras yermas y casi desérticas, ¡bendito desierto por haber contribuido al “desarrollo” económico de IMPACTOLANDIA! Muchos habitantes de aquel bosque se trasladaron a trabajar a las factorías del Señor X, pero éstas no tenían capacidad suficiente para absorber toda la mano de obra que quedó sin tarea alguna al no poder ya ocuparse en aquella extinta riqueza forestal aniquilada es pos del modernismo y el crecimiento económico.
Al poco tiempo, aquellos ríos limpios y con un caudal suficiente todo el año (hay un “horrible” y “falso” dicho ecologista que afirma que el bosque es el mejor embalse posible) comenzaron a aparecer turbios por la materia que arrastraban y a secarse en verano, y los habitantes que fueron a poblar las villas y ciudades que surgieron en torno a la factoría del Señor X (insisto no confundir con el tema del GAL), empezaron a padecer sed, y los agricultores que les suministraban alimento comenzaron a tener problemas para regar sus tierras.
Ante tamaño problema, sesudos gobernantes decidieron que aquel “cuello de botella” de la economía del país había que atajarlo como fuese. Una señora llamada “Morcilla”, asesorada por el Señor X (convertido por aquel entonces en un gran constructor y en terrateniente) llegó a la conclusión de que recuperar aquel bosque era, además de innecesario, inviable, y que lo mejor era construir una serie de grandes embalses que almacenaran el agua en épocas de abundancia para cuando llegaran las vacas flacas. Ya había conciencia ambiental y se estudió el impacto de aquellos embalses en la fauna local, se hicieron islotes artificiales para las aves, se “aclimataron” nuevas áreas para mamíferos, e incluso se transplantó alguna encina centenaria al desierto que se había creado aguas arriba. La verdad es que “no quedó mal”.
No pasaron muchas lunas para que, muy lejos, aguas abajo, ya en la desembocadura de aquel río, Perico “Acuicultor” notase que las marismas donde sus más remotos ancestros habían encontrado sustento suficiente desde siempre, empezaban a secarse y a ser más y más saladas, y contempló como cada vez había una menor cantidad de peces, y desaparecían las especies más valiosas. Ya apenas llegaban a aquellas marismas aguas del río, ni los ricos sedimentos nutritivos que se acumulaban en ellas con cada crecida.
Por su parte, Curro “Chiringuito”, que había construido un “bareto” junto al mar (por supuesto fuera de dominio público), vio como la playa iba desapareciendo y los temporales cada vez eran una amenaza mayor para un patrimonio en el que había empleado todos sus recursos, hasta que un día una gran ola se lo tragó (entiéndase que esta ola se tragó el “bareto” y no a Curro, afortunadamente no hubo que lamentar daños personales).
Comenzaron las protestas; aquel embalse, junto a otras obras mal planificadas como diques, espigones y puertos deportivos, había reducido el aporte de arena a aquella playa antaño paradisíaca. Pero el Señor X y la Señora “Morcilla” no se arredraron, tenían la solución, una solución de progreso.
Transformarían aquellas marismas anticuadas en una instalación de corte industrial superproductiva y el “bareto” de Curro “Chiringuito” en un moderno complejo hotelero-hostelero-urbanización de segunda residencia (no faltaron, por supuesto, varias de esas instalaciones que tanto contribuyen a recuperar el medio ambiente en áreas degradadas como son los campos de golf) en los que darían empleo estable a Curro, sus amigos y sus familiares. Pero para ello había que recuperar aquella playa. Fácil; se dragaría de por vida la arena de los fondos marinos para rellenarla y mantenerla frente a los embates de aquel malvado océano.
¡Que maravilla! Al poco tiempo, donde había una playa limpia y libre para todos, se levantaban modernos hoteles, sobre una arena donde se pudrían peces muertos, y campos de golf, privilegio de turistas, en los que de manera estacional trabajaba Curro “Chiringuito” y hasta de vez en cuando Perico “Acuicultor”, que había visto como sus marismas se habían transformado en un estanque donde otros criaban peces transgénicos muy gordos y caros.
Poco después, Pepe “Pescador”, que vivía de pescar artesanalmente sargos, pargos (ciertamente capricho de dioses), herreras, lenguados, caballas, y otros manjares exquisitos en la costa, vio como muchos de los días en los que salía a faenar (por supuesto junto a las instalaciones para el dragado que estaban por doquier) de sol a sol volvía de vacío, hasta que un día tuvo que vender su pequeña embarcación y pasó a ofrecer pañuelos de papel a los automovilistas junto a un semáforo, que por supuesto había financiado el Señor X.
Pero todo esto eran minucias comparadas con la modernización, progreso y riqueza (por supuesto acumulada en manos del Señor X) que en pocas décadas habían transformado radicalmente el paisaje, el modo de vida y las relaciones sociales en IMPACTOLANDIA.
Tan grande fue el cambio que el máximo dirigente del país, el Señor “ANSAR” (al que, aunque tenía nombre de “pato”, sus homónimas palmípedas se la traían al fresco) decidió pasar ya siempre allí sus vacaciones y en la primera ocasión que lo hizo no pudo más que exclamar “IMPACTOLANDIA VA BIEN, pero que muy bien”. Y todos estuvieron de acuerdo, desde el Señor X hasta Pepe “Pescador”, temeroso de que algún día pudieran echarlo del semáforo.
Hoy los más contestatarios en IMPACTOLANDIA, por supuesto rojos diabólicos o ecologistas locos que lo único que quieren es volver a morar en sucias y libidinosas cavernas, lo más que se atreven es a preguntar: ¿Después de Pepe “Pescador”, quién? El tiempo lo dirá.
Y COLORÍN, COLORADO…
Más que un relato, me pareció un ensayo, Historia basada en hechos muy reales de hoy en día. El domingo próximo, creo, aparezco por el periódico Odiel con un relato que cuenta, no la misma historia, pero sí confronta la vida de nuestros abuelos y nuevos intereses de los jóvenes.
ResponderEliminarMuy bueno Rafa.
Un abrazo
Gracias, Victoria, por tu apoyo. No me perderé tu relato. Y me ha gustado mucho y comparto al cien por cien tu último artículo de onubenses. Te lo digo aquí porque allí no soy capaz de colgar un comentario (depende del articulista, pero en los tuyos me pide que esté registrado y contraseñas y no doy con la clave. Tendré que hablar con Manolo Gualda).
ResponderEliminarUn abrazo
RATIFICO LO DICHO POR VICTORIA, MUY REAL, SÍ SEÑOR. En cuanto a lo de que no puedes colgar comentarios en Victoria, me pasa lo mismo y lo dejé por escrito en alguno de los articulistas a los que sí puedo entrar. PAQUITA
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