En el fragor de la batalla, un politono lo alertó de una llamada entrante —"Antes muerta que sencilla", de María Isabel—. Era el productor; "Estás despedido; dónde has oído tú hablar de un aqueo con móvil". "Menuda conspiración", pensó. Pero eso no fue lo peor. Sumido en la consternación, bajó la guardia, y una lanzada perpetrada por la espalda le destrozó el tendón de Aquiles. Hacía tiempo que no se veían papeles protagonistas para actores cojos.
Ni en las pinturas negras del genial pintor aragonés
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