Año 2031. Al fin. Luego de tantas y tantas dilaciones sin sentido, ha llegado el tan ansiado momento. Han sido necesarios para ello, 15 decretos, 7 leyes orgánicas, 13 sentencias del Tribunal Constitucional y 21 reformas de la Carta Magna. Pero tan largo y tortuoso periplo ha merecido la pena. Nos encontramos en el Valle de los Caídos. Somos trece ciudadanos anónimos, seis hombres y siete mujeres, elegidos por sorteo para asistir en calidad de fedatarios a la exhumación de los restos mortales del infausto genocida. El acontecimiento histórico tendrá lugar en unos minutos, a las 12 en punto del mediodía de este espectral y tormentoso 18 de julio. Una espesa y dulciamarga impaciencia contenida impregna el aire tan esperpéntico como rancio de la singular e ignominiosa basílica nacionalcatolicista. Ha llegado el momento, ya están subiendo el ataúd, ya comienzan a levantarle la tapa, ¡ya puedo, ya, ya puedo verlo!...
-¡Un momento! !Cago'n la puta! !Mierda, mierda, mierda! Pero... ¡Pero ehto qué póllah eh, cohóneh! !Joder, pero si es Elvis! Y entonces... ¿dónde puñetas está el cadáver del mamarracho de mierda? ¿Es que aún vive?
Hoy es 25 de agosto de 2018. Comienza a alborear y una caterva de mastuerzos borrachos como cubas, al son del "Cara al sol", acaba de despertarme de tan espantoso mal sueño. Creo que no tendré estómago para desayunar demasiado. Cuatro o cinco copas de aguardiente de Zalamea la Real a lo sumo.
A los muertos habría que dejarles en paz con su destino. Sólo a loa que lo hacen en olor de santidad cabe el recuerdo humano imperecedero como ejemplos de tránsito por este valle de lágrimas
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