lunes, 27 de agosto de 2018

Paisajes huelváticos (12). Las Marismas del Odiel (Parte primera). (Carlos Parejo)


Al Poniente de Huelva capital, las Marismas del Odiel han sido secularmente un paisaje natural casi virgen dedicado a usos como la pesca de estero, la caza o el pasto del ganado vacuno y caballar. Es decir, su fisonomía sería similar al aspecto que tendrían las marismas del Guadalquivir si no hubiesen ido siendo desecadas.

Los naturalistas, a partir de la década de los ochenta, valorado especialmente que es la marisma mareal más importante del litoral andaluz. Y es que es éste carácter del estuario Tinto-Odiel, el que permite que sus ecosistemas puedan subsistir sin necesidad de las siempre escasas lluvias. De esta forma es la inundación producida por las continuas subidas y bajadas de la marea la que determina su singular riqueza de su vida silvestre.

El hombre bien que se ha aprovechado de ello, Por aquí han penetrado los faluchos choqueros con velas latinas hasta 15 kilómetros hacia el interior; Además, la población comarcana ha introducido tradicionalmente su ganado mayor (vacas y caballos) para aprovechar sus finos pastos, o las ha usado para sus actividades extractivas (pesca y extracción de sal) y para la obtención de energía (molinos mareales), o como lugar de baño y esparcimiento.

Las mareas actúan sobre sus esteros y marismas renovando las aguas saladas y dulces que discurren por el laberinto de sus múltiples caños y canales. Un laberinto casi tan plano como la palma de la mano, pero con sus microformas de relieve: marismas, caños y brazos que van penetrando en tierra firme. En este laberinto, exceptuando sus salinas, se conserva una naturaleza virgen que se ha protegido por la Junta de Andalucía desde los ochenta como paraíso para las aves silvestres.

Antes, los viajeros que transitaban estas marismas se dejaban encandilar por la omnipresencia de las aguas, que son como un inmenso y plano espejo que refleja los cielos y la vegetación ribereña. Un espejo que brilla cegadoramente en los mediodías de verano, y adquiere los matices del cielo al amanecer y en los ocasos; un espejo que refleja mágicamente el paso de la luna y el cielo estrellado en las madrugadas. Un espejo que tiembla y se mueve en los días nublados y tormentosos del invierno o refleja el arco iris en sus aguas tras las lluvias.

(¢) Carlos Parejo Delgado.

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