Aquí, por estos sufridos y esquilmados lares de charanga, pandereta y mucho gol en offside y en propia meta, cuando un colectivo ciudadano de los pocos con conciencia que aún se resisten a abandonar la lucha y a extinguirse, exige que las administraciones públicas sometan a los debidos controles cualquier proyecto de esos que siempre se nos venden como la panacea para todos nuestros males, resulta habitual que aparezca el típico político asustaviejas utilizando el pueril, tramposo e inconsistente argumento de que, con exigencias de tal tenor, lo único que se consigue es ahuyentar a los siempre beatíficos y altruistas inversores susceptibles de, con su denodado esfuerzo, acabar por arrancarnos el taparrabos y sacarnos de las cavernas. Burda coartada para atraer a asociaciones de malhechores sin importar el precio a pagar por ello. Porque los inversores serios siempre preferirán desarrollar sus proyectos allí donde las cosas se hacen con seriedad; qué mejor garantía para sus inversiones. A los municipios, repúblicas y monarquías bananeras suelen acudir tan sólo las mafias.
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