Muy
buenas noches y gracias a todas y a todos por estar hoy aquí acompañándonos.
Me
llamo Rafa León, y, antes que cualquier otra cosa, me gustaría pedir disculpas
a aquellos de los presentes que no me conozcan, porque poco más voy a decir que
les permita saber quien soy, a qué me dedico o cuáles son mis muchos vicios y
mis pocas virtudes.
Espero
que sepan comprenderlo. Porque hoy estamos aquí para hablar de "Los ojos
de los fornecos" y de su autor, Eladio Orta.
En
segundo lugar, y con ello concluyo este breve preámbulo, quisiera agradecer
públicamente a Eladio la oportunidad que me ha brindado de estar esta noche
presentando "Los ojos fornecos."
Porque,
aunque no deja de ser un reto presentar la obra de alguien con tamaña categoría
literaria y, sobre todo, humana, hoy, tras haberme deleitado con su lectura, sé
que Eladio me propuso hacer esta presentación sabiendo a ciencia cierta que, al
hacerlo, este que os habla disfrutaría tanto o más que un cangrejo violinista correteando
al sol por el fango de la Isla de las Retamas.
Ahora
les hablaré de manera sucinta de Eladio Orta.
Eladio
es un ser humano entrañable, humilde y amable, una buena persona, que, desde
"Los cuadernos del tío Prudencio" hasta este libro que hoy nos ocupa,
cuenta ya en su haber con una amplia y muy interesante obra literaria. Evitaré
ser prolijo enumerándola.
Pero,
sobre todo, en Eladio, al menos para este que os habla, es de destacar su
amplia e incansable trayectoria de lucha y compromiso en favor del medio
ambiente; trayectoria que, como no podía ser de otro modo, impregna toda su obra
poética; porque Eladio, por encima de cualquier otra cosa, es poeta. Tampoco abundaré
en esta trayectoria.
En
cualquier caso, y aunque estoy seguro de que a ninguno de los presentes les
serán ajenos, no quiero dejar de mencionar algunos de los muchos frentes
abiertos al respecto en la provincia de Huelva: Fosfoyesos; Vertedero de Nerva;
barrabasadas urbanísticas perpetradas en prácticamente todo su litoral; aquellos
pretendidos puentes faraónicos entre Huelva y Punta Umbría acuchillando las
arterias de las Marismas del Odiel —puentes que, pocos males hay que no
conlleven algún beneficio, la crisis mandó al fondo de un cajón olvidado en la
Consejería de turno, al igual que la crisis ha dado un respiro a los habitantes
de la Isla de las Retamas-; almacenamiento de gas en el subsuelo de Doñana; proliferación
ad náuseam de pozos ilegales esquilmando el acuífero del que se alimenta este
mismo espacio; Planes de Ordenación del Territorio varios que, bajo esa
eufemística y rimbombante denominación, han venido a ser más que otra cosa
planes para el saqueo del territorio, sus recursos y sus habitantes; y un largo
etcétera. Hoy mismo maquinaria pesada de destrucción masiva ha estado ocupada
es arrasar un cordón de dunas en las playas de Isla Cristina. Por no mencionar
la pretensión del Ayuntamiento de Moguer de descatalogar 90 hectáreas de monte
público, de pinares al borde del mar, en Mazagón. Como si no hubiese habido
suficiente destrucción con la ocasionada por el pavoroso incendio que sufrió el
entorno de Doñana el pasado verano.
Los
ojos de los fornecos.
No
puedo decir que me sorprenda —no es lo primero ni será lo último, o al menos
eso espero, que lea de Eladio—, pero no por ello quisiera dejar de transmitiros
que esta es una obra que, no sé si pretendiéndolo, viene a demostrar lo difusas
y artificiosas que pueden llegar a resultar las fronteras que muchas veces
tratamos de establecer o cuya existencia asumimos en la creación literaria.
Porque
¿en qué genero literario podríamos encuadrar "Los ojos de los
fornecos"? En todos y en ninguno.
En
el mismo apéndice que figura al final de esta joya poética del compromiso y la
lucha, se nos dice que "va del relato novelado a la crónica más o menos
fantástica y a la prosa poética".
En
"Los ojos de los fornecos", resulta evidente, hay características
propias de la narrativa. Pero también del ensayo. O de la crónica histórica. Y,
sobre todo, de la poesía. "Todo es poesía menos las poesía", nos dejó
escrito Nicanor Parra. "Los ojos de los fornecos" son prueba evidente
de que no nos estaba transmitiendo ninguna fruslería.
En
"Los ojos de los fornecos" nos encontramos con la crónica del devenir
histórico de la Isla de las Retamas, desde que comenzaron a establecerse en
ella sus primeros pobladores, la mayoría de ellos, si no todos, huyendo de algún
que otro fantasma. "Todos los que llegamos a la Isla venimos huyendo de algún fantasma, pero no hay bicho
más demoledor que las punzadas del hambre", le dice en un momento
determinado la tía Josefa Giráldez al tío Benito Carro.
Una
crónica no lineal, con continuas alteraciones cronológicas de los sucesos que
se relatan, que llega hasta la actualidad, pasando, como no podía ser de otra
forma, por la Dictadura franquista y ese otro periodo que dimos en llamar pomposamente
Transición y que, en lo fundamental, no ha consistido más que en cambiar lo
superfluo y en dar un barniz democrático al óxido de varias décadas de totalitarismo
para que la desigualdad, el saqueo y la herrumbre no retrocedan un solo
milímetro.
Una
crónica, ciertamente de carácter local, pero que, con las particularidades de
cada situación concreta, se podría hacer extensiva a todo el litoral mediterráneo.
E incluso mucho más allá. Isla Canela, Pinar de la Pólvora y Marismas de
Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, El Algarrobico o la Amazonia vejada y
esquilmada por la gula desmedida de nuestro tan incívico mundo civilizado.
En
"Los ojos de los fornecos" asistimos a la lucha desigual entre dos
mundos. Un mundo, que podríamos calificar de ancestral, el de los colonos de la
Isla, un mundo cocinado a fuego lento; y
el mundo del fast food y la voracidad sin límites de los Jinetes del Progreso.
Un
mundo vivo de fango, longuerones, retamas, higos negros y tuneras; y un
inframundo de cemento y espantosos leviatanes al servicio de la depredación sin
freno de la que se nutre la gula desmedida de La Entidad Perturbadora y la de
este sistema demencial que a pasos de gigante nos ha situado ya al borde del
abismo y el caos.
Un
mundo valeroso y sano en armonía con la naturaleza; y un mundo mórbido que la
desafía de manera temeraria, y viene a querer ocupar su lugar, arrasándolo.
"Hasta
el fango huele a mundo descompuesto. Un mundo se viene comiendo a otro
mundo", podemos leer en uno de los pasajes de Los ojos de los Fornecos.
Una depredación que no conoce límites y que viene a mermar hasta la "biodiversidad" que
enriquece el lenguaje: "Playa se viene comiendo a costa, medusa a
alburraca, alga a papelejo y duna a cabezo. Palabras sinónimas pero con
distinto significado. La muerte es el último orgasmo en las aristas desbordadas
de las aguas vivas en aguaje."
Un
mundo voraz que agrede, y un mundo que se resiste a ser devorado.
Así,
"Los ojos de los fornecos" se erige en denuncia de ese mundo violento;
y en filosofía de la resistencia. En alegato contra el despilfarro. En una
suerte de ensayo de carácter sociopolítico o tratado de la especulación
urbanística y sus mafias, ese contubernio económico-mediático-político-judicial
dedicado a la destrucción, el saqueo y la privatización de lo que nunca debería
dejar de ser patrimonio de todos. En una obra que desenmascara esta falsa
democracia de cartón piedra que, lejos de cualquier concepto de libertad, no es
más que libertinaje y gula consumista de los menos, y opresión y miseria para
los muchos. Una obra que, en definitiva, y a poco que nos dejemos llevar por la
fragancia embriagadora del fango, nos puede servir de báculo poético para
reconciliarnos con la naturaleza. "Poesía necesaria como el pan de cada
día, / como el aire que exigimos trece veces por minuto."
La
de la lucha ecologista es una historia que, hasta la fecha, se ha venido
contando más que nada por derrotas. Una historia en la que las victorias, salvo
contadas excepciones, no han consistido más que el aplazamiento durante un
tiempo de las derrotas del futuro. Pero no podemos ni debemos desfallecer.
Debemos
ser optimistas y no ver en la Isla de las Retamas un mundo en vías de
extinción, sino un mundo que, pese a ser puesto casi a diario a los pies de los
caballos de los Jinetes del Progreso, se resiste a morir. Y lucha por su
supervivencia. Y esa lucha, esa resistencia, con la complicidad del mar y los
vendavales de poniente, seguirá dando nutritivos frutos para alimentar la
esperanza, en tanto queden a pie de fango luchadores como el tío Martín o
Eladio Orta.
Nos
dijo Celaya, tal vez en el más conocido de sus versos, que la poesía es un arma
cargada de futuro. Debo confesar que llevo tanto tiempo esperando que ese arma
dispare de una vez por todas, que ya empiezo a tener mis dudas al respecto.
Pero
también quiero ser optimista y creer en que "Los ojos de los
fornecos", a poco que todos aportamos nuestro granito de pólvora, pudiera
ser una de esas armas descargando una hilarante y contundente perdigonada de
sal en el apestoso y orondo culo de la Entidad Perturbadora y los Jinetes del
Progreso.
Voy
terminando. Y no lo voy a hacer tratando de venderos "Los ojos de los
fornecos". No es esa mi función. Pero no sería honesto si dejase de deciros
que con que uno solo de los presentes, que sé que seréis muchos más, terminase
leyendo este libro, me sentiría satisfecho por el deber cumplido. El deber de
haber contribuido a crear conciencia acerca de la importancia capital que tiene
la defensa del medio ambiente con todos los medios a nuestro alcance, también
con la poesía, para garantizar un vida digna a los que vendrán a ocupar nuestro
lugar en el futuro.
Y
os aseguro, ya lo comprobaréis cuando lo hagáis, que con su lectura, con la
lectura de "Los ojos de los fornecos", viviréis momentos de magia y
alquimia. Porque este libro se transformará entre vuestras manos en un pedacito
vivo de fango de la Isla de las Retamas.
Un
pedacito de fango que necesita ser olido, acariciado, saboreado; que necesita
que le insuflemos todo nuestro aliento para continuar resistiendo, para no
terminar muriéndosenos con sus arterias infestadas de cemento y desesperanza.
Y
una vez que lo hayáis olido, saboreado y alentado, no dudéis en prestarlo o
regalarlo. A vuestros padres, hijos, hermanos, al peor de vuestros enemigos. A vuestra
frutera, al quiosquero de la esquina o a la vecina del noveno B, a ver si el
olor a marisma y poniente le hacen abrir sus somnolientos ojos color verde
esperanza, y termina también amando y dando aliento al fango y acogiendo en su
regazo a ese desvalido curricurri al que los Jinetes del Progreso tienen
permanentemente al borde del desahucio.
No
quiero terminar sin haber leído uno de los poemas de Eladio, que forman parte
de uno de sus poemarios. El titulado "Entidad Perturbadora". Un
poemario que, sin duda, ha tenido mucho que ver en la gestación, años más
tarde, de "Los ojos de los Fornecos."
casta de sinvergüenzas
crecí
con una expropiación
a
la espalda
condenado
a
vivir el exilio del agua
en
una isla de límites variables
construyeron
un puente
para
llevarnos al matadero
las
noches eran un rosario
de
máquinas que avanzaban
sin
hacer ruidos
y
amanecían piedras
en
los caminos
para
que tropezáramos
casta
de sinvergüenzas
los
expropiadores
Nada
más por mi parte. Os dejo con Eladio Orta y "Los ojos de los
fornecos". Muchas gracias.
Jueves,
8 de febrero de 2018
Biblioteca
Pública Provincial de Huelva.
Felicidades por la publicación (para Eladio) y por la presentación (para el León de Nerva)
ResponderEliminarTe tengo un ejemplar. El miércoles te lo llevo.
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