Hasta hace dos o tres generaciones pasear por las aceras sevillanas estaba unido al aprendizaje de un complicado código de urbanidad, que abuelos y padres enseñaban a sus retoños desde la más tierna infancia:
Los niños debían ir cogiditos de la mano de los mayores; cederles el paso a éstos y ayudar indefectiblemente a cruzar la calzada a personas de provecta edad, minusválidos y madres con carros con niños.
Para aprender a pasear en bicicleta se les ponía dos ruedecitas pequeñas a ambos lados de la rueda de atrás, que les ayudaba a aprender el sentido del equilibrio, Y cuando ya se convertían en jovencitos o muchachos, si paseaban en bicicleta debían de bajarse de éstas en las aceras estrechas, para no molestar a los vecinos.
Si lo hacían a pie no debían correr -para no atropellar a nadie- y si querían correr debían desplazarse al parque más próximo. Antes de cruzar cualquier calle era obligado mirar a ambos lados. Si jugaban a la pelota, u organizaban pedreas vecinales, debían caminar hasta descampados y callejones no transitados. Sólo a las niñas les estaba permitido jugar al tejo o al elástico en plena acera, pero debían parar el juego para dejar paso a cualquier peatón, so riesgo de recibir una severa regañina desde la ventana o terraza usada como observatorio eventual de su conducta por sus padres…
(¢) Carlos Parejo Delgado
bonita foto, si señor
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