Cadáver nauseabundo, este soneto,
un juego de silencios que no es broma
bebiendo un vin nouveau; es un sueño en coma
con la piel calcinada, un esqueleto
maldito, insomne, asqueado, serio, inquieto
en su ataúd de ausencias y carcoma
royendo los despojos de un aroma
a tiempo en flor mudado en lazareto.
Cadáver nauseabundo, cuánto frío
infectando las llagas de aquel fuego
prendido por la sed y el desvarío.
Cadáver terminal, tu anhelo ciego,
sin óbolos te ha traído hasta este río
Aqueronte, eternal desasosiego.
Ilustración: Almas en el Aqueronte (1898), de Adolf Hiremy-Hirschl.
Poema profundo, pero más triste que un jardín sin flores
ResponderEliminar