En estos días tan desapacibles tanto en lo meteorológico como en lo social, nos ha dado, rizando el rizo de la retórica, por oficiar por vez primera el bautismo de una borrasca. Ana, se ha denominado a la primera de ellas con nombre propio. ¿Un modo como cualquier otro de atribuir a la naturaleza la responsabilidad de unas catástrofes que no serían tales o tan devastadoras de no mediar nuestra nefasta o nula planificación a fin de prevenirlas? Quién sabe. ¿El colmo de la prosopopeya? Pudiera ser. Aunque, teniendo en cuenta la estulticia congénita de la que adolece el ser humano, no sería de extrañar que en breve acabásemos dando nombre a una efímera y refrescante tormenta de verano.
Por imitar a los americanos que no quede
ResponderEliminar