La manzana de nuestra casa es compacta y única, ya que sólo pequeños muretes separan las azoteas de más de una treintena inmuebles. Se trata de un inmejorable campo de entrenamiento para nuestros gatos Canuto y Pituso. Gran parte del día se lo pasan corriendo y saltando de un lado a otro. Por eso ambos están tan ágiles y fibrosos. Mi madre dice que Canuto - con su cuerpecito negro cruzado por rayas verdes y sus largos mostachos- , bien podría ser la mascota de los soldados legionarios, si no fuera porque ya han escogido a una cabra loca.
A Pituso lo que más le divierte es subirse a los alambres de los tendederos. Desde allí se desliza por la ropa ondeante al viento hasta el suelo de la azotea, como si estuviera en el trampolín de piscina. ¡Menudo equilibrista¡ Ocurrió un día que Doña Engracia ,estando en su azotea, lo vio aproximarse envuelto en sus sábanas. Por unos instantes, de lo blanquito que era, pensó que los ángeles del cielo le habían devuelto a su niñito, que murió de esa maldita tuberculosis, que tantos estragos causa. ¡Vaya si estaba miope¡
Cuando los dos gatos duermen sus improvisadas siestas buscan la fresca sombra del patio o la de los pretiles de la azotea, cuando no se acurrucan en el regazo de la abuela. Ésta, sentada en la mecedora, nos hace mientras mil y un zurcidos en las prendas de vestir, que duran una eternidad si es necesario. Otras veces los dos gatitos nos miran con expresión curiosa y divertida cuando jugamos a la gallina ciega, al pollito inglés o al tejo. También se les ve lanzar dulces miradas, ronronear y dejarse acariciar por nuestros vecinos que guardan cola en la tienda de comestibles, con su cartilla de racionamiento, desde las cinco de la mañana. Sobre todo, con los afortunados a los que les toca alguna pieza de pescado fresco, de la que los gatos suelen sacar alguna tajada, bien sea su cabeza o su cola. Y eso que para cenar y desayunar les preparamos sendos tazones de leche y de pan duro y mojado para que se reblandezca. Y almuerzan los restos de cocidos, garbanzos, lentejas y pucheros –con triste resignación– y las raspas de pescado, cuando lo hay, que despiertan sus maullidos alborozados.
Sin embargo, Canuto y Pituso pueden ser muy despiadados y feroces, como animales felinos que son, primitos lejanos del Tigre de Bengala. Las hermanas mellizas hemos contemplado estremecidas, desde las ventanas que dan al patio interior, como cazaban fríamente y por sorpresa a algún pajarito piando alegre y despreocupado entre macetas y flores. Y de pronto nos quedamos enmudecidas como si fuéramos parte de ese reino alado que vive dentro de la casa. Y es que esta calle Alfarería, tan alargada y estrecha, no tiene apenas árboles de sombra donde puedan construir sus nidos.
En las madrugadas estivales los dos gatos se agazapan detrás de alguna pared de la azotea esperando que un ratón emprenda la aventura de entrar por los bajantes de las cañerías de plomo hasta las habitaciones. ¡Si viérais que mirada tan brillante, tensa y salvaje tienen entonces¡ Sean ángeles o demonios, los queremos tanto como a las niñas de nuestros ojos, y nos entra una negra inquietud cuando se llevan más de un día sin aparecer, inmersos en sus alocadas aventuras y exploraciones, como si fueran nuestros niños que se han perdido.
(¢) Carlos Parejo Delgado
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