lunes, 10 de abril de 2017

Hogar, dulce hogar, los paisajes domésticos (7): La yurta de Gengis Khan en Ulan Bator (siglo doce). (Carlos Parejo)


Una caravana de carros, dispuestos en forma de anillo defensivo, nos dan paso a una colosal tienda circular, cuyas paredes y techos son enteramente de cuero. Es la vivienda rodante de Gengis Khan, emperador de los mongoles. Su diámetro es colosal –unos cien metros - , es decir, hasta veinte veces mayor de las tiendas de esclavos y siervos del último rango. Hacen falta varias carretas tiradas por tres o cuatro bueyes para transportarla.

A la entrada nos reciben -a ambos lados- sendas esculturas de un bóvido y un caballo, dioses animales tutelares y protectores del hogar. Pisamos un mullido suelo de gruesas alfombras persas que evita que entre la humedad de la estepa. En el centro de la tienda hay un fuego perpetuamente ardiente. Despide un olor acre y desagradable, pues se queman excrementos de todo tipo de animales junto con hojas secas. Allí hay una gran marmita de la que se van extrayendo las viandas, pinchándolas con los cuchillos y depositándolas en cuencos de barro. Se comen todo tipo de carnes. En momentos de grandes celebraciones el rey de los manjares es el cordero, acompañado de otros platos de carne de caza. En tiempos de penuria no se le hace ascos a carnes de insectos y ratas esteparias. Aún más nos sorprende cómo beben sus fuertes licores de leche fermentada. Sus recipientes son cráneos humanos, forrados en cuero, que les sirven de copas o vasos.

La parte más alejada de la estancia guarda los dormitorios, la sala de armas y los establos. De la segunda estancia cuelgan instrumentos de combate como hachas, mazas y jabalinas. Un lugar especial lo ocupan los carcajs llenos de puntiagudas flechas. Sus tapas son las manos disecadas de algunos de los enemigos muertos. Todas tienen grandes limaduras con las que las afilan diariamente. En los establos hay entre tres y cinco caballos, reciamente enjaezados. Los esclavos sacan lustre y repasan sus arneses hasta que están perfectos y relucientes.

Hombres, mujeres, niños y niñas visten iguales pantalones anchos y botas de cuero, y una camisa amplia por encima. Su moda es la más indicada para andar cabalgando continuamente y de por vida. Los que aún no han llegado a la adolescencia son instruidos a través de papiros extendidos en el suelo o en la pared sobre las distintas posturas para cabalgar (de huida, de lucha, de caza, de paseo, de disparo de flechas, etc.) y se aprenden de memoria las distintas señales de los estandartes alusivas a estrategias y operaciones de combate (movimientos envolventes, huidas falsas para reagruparse, guerra de guerrillas o dispersa,…).

Para saber más: CONRAD, PHILIPPE. Las civilizaciones de las Estepas. Club de Amigos de la Historia. Madrid. 1977.

(¢) Carlos Parejo Delgado

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