Damas y caballeros,
pongan mucha atención,
que ya llegan, resoplan,
como aquel fabuloso
animal del demonio
que persiguiera Ahab
por todos los océanos,
dos blanquitos muy pálidos
con corona y un blanco
con turbante y el rostro
tiznado con betún,
tres próceres de la alta
sociedad provinciana
—un cofrade, un torero
y el vástago bastardo
del cura y la marquesa—
a traernos ilusión
a lomos de metáforas
por cuyos ojos nunca
pasarían por mucho
tiempo que se pusieran
a régimen. Arrojan,
a modo de granadas
de mano, caramelos
baratos, desatando
entre la concurrencia
reyertas fratricidas
en pos del pegajoso
trofeo que, en unos meses,
terminara en el cubo
de la basura. Al menos
su paso es tan fugaz
que al poco de su inicio,
llega, poniendo punto
y final al desfile
embaucador, el mágico
camión de la limpieza.
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