He de partir a golpes
las horas en pedazos pequeños como orgasmos
y darlos de comer a las panteras
que sacian su apetito con vísceras de ocaso.
No vislumbro otro modo
de prolongar la inútil
agonía engendrada
por el caos sin vigor que consume mis sueños,
y así ganarle el tiempo
necesario al destiempo,
para en un terminal
e inaudito suspiro
poder desaprender
el nombre de los números
que nunca he conocido.
La luz es una espina mutilada y silente
que apuntala las ruinas sin aliento
de las sombras prohibidas
a ángeles abatidos y murciélagos sordos.
He de tumbarme al sol
negro de la renuncia
y entregar la mirada
a la gula sin luz de las hormigas.
No entiendo otra manera
de otorgarme el perdón por mis virtudes
―muros, cepos, mordazas—
y así estar preparado cuando llegue el momento
del humo sin cenizas.
Pero, entretanto, amor,
abrázame con saña
de boa hasta quebrar el esqueleto
de cristal de mis sueños.
Bien es verdad que los sueños son como de cristal, y saltan hechos añicos con demasiada frecuencia. Vaya invento del cerebro humano
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