España es un país
balompédico ad nauseam
donde no somos nada
proclives a mostrar
la tarjeta amarilla
y menos aún la roja
a los rompepelotas
u otros famosos patrios.
Juicio bien diferente
nos merecen los casos
en los que la presunta
infracción se atribuye
a un musulmán mugriento
—un jeque es otra cosa—
a un radical de mierda
o a un independentista.
Dos varas de medir
bien distintas en manos
de sujetos que somos
cuanto más desdichados
más necios y clasistas.
La dicha de un necio clasista es la patada a un balón.
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