Cambié la luz del sol
por un billete de ida
sin vuelta al territorio
soñado de tus sombras.
Viajé en tercera clase.
En un sucio vagón
destinado al ganado
y guarida del frío.
Pero nada importaba.
El final del viaje,
aun lejos, merecía
la pena y, entretanto
llegaba, era sublime
contemplar los paisajes
diversos y las fértiles
estaciones preñadas
de fragancias sin límite
como la primavera,
y de tonos de luz
más cálidos que el trigo
madurando en verano.
Pero llegó el otoño
cegando mis sentidos
con sus cabellos grises
y sus dedos de niebla,
e impidiéndome ver
cuando aún estaba a tiempo
el verdadero término
de aquel viaje: la lúgubre
vía muerta del invierno.
Imposible prever
el tiempo que, precario,
resta para el impacto;
la única certidumbre
que aún me queda es saber
que al igual que al principio
lo estuve, ya estaré
hasta el final perdido.
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