Tendida al sol sesteaba
tan pancha la serpiente,
cuando Adán, beodo y pánfilo,
le pisó la cabeza.
La sierpe, como es lógico,
sintiéndose agredida,
se puso en armas y hecha,
—y quién no— un basilisco,
y Eva y Adán huyeron
deprisa y pavoridos
lejos del paraíso.
Luego se urdió la fábula
aquella tan insólita
del diablo y la manzana,
a fin de exonerar
a Adán, culpando a Eva,
y
colorín, colorado,
fraguaron los cimientos
donde se obró el infierno
sin fin del patriarcado.
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