Haz caso a la serpiente
y muerde, más allá
de la manzana, el árbol
putrefacto, sin bienes
para el empobrecido,
de la raíz hasta el fruto,
y escupe con violencia
el hueso en los altares
de los que urden la tela
de araña en la que yaces,
indefenso y en vano,
esperando, esperando.
No existe el paraíso.
No hay ángeles armados
con espadas de fuego
ni deidades custodias
velando porque el hombre
cumpla con sus dictados
en favor de los prósperos.
No hay más infierno que este
que ahora y aquí padeces
a manos de los diablos
fanáticos del único
mandamiento y motivo
que dirige sus pasos
flagrantes: la codicia.
Muerde el árbol, deglute
hasta la última gota
de su savia nociva,
antes de que se pierdan
las últimas migajas
del edén que en justicia
nos pertenece a todos
y en su lugar no quede
más que tierra quemada.
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