Nada que ver entre la violencia ejercida por los estados satélite del
totalitarismo global y al servicio de sus mafias oligárquicas, y la
legítima defensa propia, ya activa, ya pasiva, que, frente a lo
anterior, se ven obligados a practicar en numerosas ocasiones los
pueblos del mundo. La primera tiene como fines la opresión, la
explotación, la imposición de la tristeza y las mordazas, la
desigualdad, el terror, las cadenas. La segunda, la libertad, la
igualdad, la justicia, la invocación de
la alegría, la paz y la palabra. Y nada que ver entre el tratamiento que
a una y otra dispensan los estamentos judiciales sicarios del poder.
Vista gorda y manga ancha frente a la más nauseabunda y feroz de las
represiones. Nunca ha habido ni podrá haber paz en sistemas sin
igualdad, libertad ni justicia. Pero esos sistemas suelen encontrar su
razón de ser y su alimento en sociedades en permanente conflicto. La
voraz pescadilla que, en río revuelto, se muerde con fruición la cola.
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