En España, a la sazón y por algo, sempiterna reserva espiritual de Occidente, somos muy de despilfarrar generosidades a la hora de, con fervorosa clemencia, otorgar a nuestro prójimo el perdón por aquello que, erigiéndonos en juez y parte, consideramos sus pecados. Hasta que sacamos a relucir como argumento la ordalía, y emplazamos al presunto pecador a tener los “güevos” de atreverse a consumar sus, en nuestra opinión, actos impuros y ofensivos contra nuestra excelsa e infalible moral, en el ámbito y contexto de los más aberrantes e inhumanos de los fundamentalismos. Cómo nos gusta ponernos a la altura de los bárbaros. Y cuánto miedo da.
Moral o amoral this is the question
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