La segunda colaboradora, María Magdalena, trabajaba para una multinacional tecnológica. Era experta en soluciones ofimáticas como relojes y pulsómetros inteligentes, o sistemas virtuales de alarma y seguridad como los afamados ojos de halcón. Las Federaciones deportivas andaluzas se los adquirían cada dos por tres.
Su desmedida pasión por estos artilugios de control y vigilancia tan asépticos la trasladó al ámbito doméstico más íntimo. Anotaba escrupulosamente las puntuaciones de placer de sus encuentros amorosos en su agenda digital, y los comparaba con las puntuaciones de los aparatos que medían sus cambios de presión arterial y las emociones de su cerebro. Sin embargo, a veces sentía un indescifrable vacío existencial: ¿Qué sentido tenía para su vida, este seguimiento matemático de sus instintos más básicos?
El neurólogo a la par que acopiaba sus anotaciones, sentía una honda satisfacción interior. La máquina humanoide que preparaba no tendría los estupores de conciencia que tanto variaban los estados de ánimo de aquella enamoradiza fémina del género humano.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Me gusta esta saga.
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