Después de un tiempo
—depende de la hondura
del abismo— comienzan
a fallarte las fuerzas.
Luego,
de súbito,
irrumpen las lagunas
mentales, el hastío
—el deterioro es rápido. Y por último
no puedes más, no puedes
y nada más que ansías
morir para, con suerte,
renacer a otro mundo
en el que nadie sepa
del dolor ni la muerte.
Pero no hay otros mundos
y, confuso y sin fuerzas,
te ves, a cada instante,
obligado a elegir
entre ceder al pulso
de la muerte o seguir,
luchando solo, ¡solo!,
e inerme contra ti
mismo y tus circunstancias.
Nunca estás del todo sólo, siempre hay algún humano dispuesto a escucharte, si no esto sería un mundo de locos
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