En ocasiones, en muchas ocasiones, uno se tiene que morder y
se muerde la lengua. Por respeto a las víctimas. Y para no añadir más miedo al
fuego. Pero llega un momento en el que la náusea es tanta, que no queda otra
que vomitar lo que se ha estado conteniendo en las tripas con cuánto esfuerzo.
Tras el atentado de Paris, "analistas" de todo plumaje expertos en
asuntos de terrorismo han coincidido en destacar el salto cualitativo que el
mismo ha supuesto en lo relativo a la ejecución de acciones terroristas en
Europa. Y, tras escucharlos, muchos ciudadanos habrán concluido que la del ISIS
fue una acción con una planificación y una coordinación impecables perpetrada
por unos sujetos con un arduo entrenamiento en sus espaldas y en la que no se
dejó al azar ni un sólo detalle. Perdón por la expresión, pero ¡un mojón pa'
los analistas! Porque lo más difícil, conseguir las armas, es algo que en
Europa y en el resto del mundo está al alcance de cualquiera que se lo proponga
seriamente y esté dispuesto a pagarlas. Tras esto, sólo hay que tener ―pese a
tratarse de una acción de lo más cobarde― muchos cojones, muy poco cerebro y aún
menos corazón para dirigirse a un lugar público y liarse indiscriminadamente a tiros con todo bicho
viviente que se mueva. Y después tomar las de Villadiego. Si la masacre del 13
de noviembre, en lugar de por terroristas del ISIS, hubiese sido perpetrada por
un grupo de sicarios de élite made in USA in God we trust, la cifra de víctimas
mortales no habría estado en torno a las ciento treinta. Habría llegado fácilmente
a setecientas. O a más. Y, tras la matanza, los asesinos se habrían esfumado
para siempre sin dejar el menor rastro. Esperemos que los del ISIS nunca
alcancen tal nivel de pericia asesina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario