martes, 3 de noviembre de 2015

Conteo

Apenas comenzó el primer asalto
-cuando aún vibraba el aire
con el eco ritual de la campana-
una serie ―derecha,
izquierda, arriba, abajo,
al hígado, los sueños, el deseo―
de golpes sin piedad, demoledores,
me hizo desplomarme, yendo a dar
de bruces con mis huesos en la lona.
Cuando me incorporé
―...seis... siete... ocho... nueve... ―,
sabía que, a pesar
de estar de nuevo en pie,
técnicamente estaba noqueado.
Desde ese instante bailo,
de tumbo en tumbo, al son
terminal de la arritmia que me fuerza,
sonado y con la guardia
bajada, a continuar
erguido hasta el final de esta masacre
sin límite de asaltos.

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