Siendo joven, sus ansias de libre creatividad le impidieron asegurar su futuro con unas oposiciones que le hubieran valido hasta la vejez. Ya se van jubilando los funcionarios públicos con los que como experto, se pudo ganar la vida durante treinta años. Pero no aprendió a pelotear a los altos cargos de la administración pública para dar el salto a la fama y perpetuarse entre los prestigiosos profesionales (a los que envidia en secreto). Tampoco aspira a ser miembro de ninguna Academia sevillana de postín, donde la gente guapa se enchufa eternamente. La incertidumbre planea cada vez más peligrosamente -como un buitre ante la carroña por venir- sobre su futuro laboral. Los gobernantes y funcionarios jóvenes ignoran y torean sus nuevos proyectos. No quieren librepensadores críticos que planifiquen ciudades y regiones, sólo están cómodos rodeados de asesores serviles de su partido; eso sí, expertos en los programas informáticos más sofisticados para presentaciones, campañas publicitarias, estadísticas, etc. Por eso, este intelectual romántico obrero vive con sobriedad espartana en un piso modesto (que arde en verano y se hiela en invierno), donde invirtió los ahorros de toda su vida. Allí, el aval de su media docena de publicaciones autoeditadas sobre la ciudad de Sevilla, reposa polvoriento en su biblioteca, junto a varios miles de libros, adquiridos con hormiguesca paciencia en tiendas de segunda mano. Compra lo más económico en el mercado de abastos o en la tienda de los chinos. Desayuna junto a los obreros en el bar de la esquina. Asiste a conciertos gratuitos y al cine de oferta de los miércoles. Es un Don Nadie en la Sevilla de toda la vida, un apellido desconocido, sin pasado ni futuro.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Esta serie que comienzas hoy da para mucho, Carlos. Pero no creo que encuentres un personaje, pese a las carencias materiales de las que adolece, que merezca tanto la pena por su bonhomía como este de ahora.
ResponderEliminarAbrazos.