Cuando cayó, en la ciénaga,
preso de las arenas movedizas,
su primera reacción
fue la de chapotear como un caballo
desbocado tratando
de huir de aquel sudario que empezaba
a amortajarlo en vida.
De nada, en un principio, le sirvió la experiencia
de comprobar que en tanto
más y más se movía en su afán por zafarse,
más y más y más rápido se iba hundiendo en el fango.
Más tarde quedó inmóvil,
a la espera
de un no sé qué, un milagro.
Y al fin, cuando ya estaba con la muerte hasta el cuello
y alguien a quien apenas logró reconocer
le tendió desde el lado de la vida aquel cabo,
siguió inmóvil rendido
a la desesperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario