Cuando no resulta posible calificar a los gobernantes de un país sin tener que hacer uso de los insultos más groseros, y esos mismos gobernantes reciben comicios tras comicios un amparo electoral más allá de lo que podría considerarse irrelevante, es que algún tipo de patología muy grave lleva tiempo menoscabando la conciencia colectiva del pueblo que los respalda. La conciencia del pueblo, ese órgano cuya buena salud es indispensable para garantizar vida digna e igualdad de deberes y derechos para todos, una pizca diaria al menos de felicidad, la verdadera democracia.
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