"¡Qué ganas de llorar en esta tarde gris!"
José María Contursi
El parque solitario,
en esta tarde gris
de finales de otoño,
es un lugar propicio
para albergar el sórdido
quehacer de proxenetas
y camellos y dar
cobijo a violadores
que acechan escondidos
en la fronda a las jóvenes
que, ajenas al peligro,
lo transitan camino
de la universidad.
Tampoco se halla a salvo
de muy encopetados
damas y caballeros
de la alta suciedad
que tienen por costumbre
visitar con sus perros
diarreicos el recinto
de arena reservado
al juego de los niños.
El viejo vigilante,
al que falta ya poco
para el retiro y cobra
del consistorio un mísero
salario que no suele
darle para llegar
a finales de mes,
no quiere a estas alturas
complicarse la vida,
y hace la vista gorda
a tamaños desmanes.
En esta tarde gris
―como todas las tardes
en las que el gris me sume,
¡qué ganas de llorar!,
en la melancolía―,
tratando de olvidar
la tarde también gris
de tu adiós y que nunca,
vida, más, por mi culpa,
te he de ver, he venido
hasta el parque y, a modo
de distracción, me he puesto
a darles unas migas
de pan a las palomas.
El viejo vigilante
se me ha acercado, presto,
dirigiendo, sonriente
y en silencio, su dedo
a un cartel oxidado.
"PROHIBIDO ALIMENTAR A LAS PALOMAS"
¡Qué ganas de llorar
en esta tarde gris!...
rebosa urbana melancolía
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