Desbocado y
salvaje
en su origen,
al tiempo
lo domaron
poniéndole
relojes en las patas
a modo de
herraduras.
Ahora es,
por la gracia
de dios, el
privilegio
del señor
del castillo.
El resto
marcha a pie
o arrastrándose,
a golpes
de látigo y de
diezmo,
sin rumbo ni
destino.
Fotografía:
Eduardo Longoni
el tiempo domado desde los primeros relojes de sol de los faraones, y nosotros aqui con nuestras jornadas horarias
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