España es un país de politólogos. Infalibles analistas políticos que, tras sesudos análisis perpetrados en la barra de la tasca de turno, concluyen al unísono que Izquierda Unida nunca debería haber apoyado al PSOE en Andalucía, dejando en consecuencia gobernar al PP; y que, en Extremadura, por el contrario, debería haber apoyado un gobierno de los socialistas a fin de no haber dejado la Junta extremeña en manos de las hordas populares. ¿Por qué? "Porque sí, porque lo digo yo". No se puede pedir más coherencia en los razonamientos y sus conclusiones. Pero es tras el sexto o el séptimo tinto garrafón y con la ropa ya impregnada de un nauseabundo hedor a fritanga, cuando estos análisis alcanzan su punto culminante. Izquierda Unida, en Andalucía, pese a que la decisión se tomó tras un referéndum vinculante realizado entre el conjunto de su militancia, y aun cuando se firmó un pacto de gobierno con el PSOE que contenía un buen número de medidas y políticas de izquierda a desarrollar durante la legislatura, entró a formar parte del Gobierno andaluz nada más que por la ambición personal de algunos de sus dirigentes por ocupar su particular poltrona. Todo ello, cómo no, los días, que son pocos, que no dan fútbol. Tenía pensado finalizar este breve texto con una sonora grosería. Pero he cambiado de opinión y no lo haré. Al fin y al cabo ya podéis imaginárosla.
Pactar o no pactar, he ahi la cuestión, decía meditabundo un tal Hamlet
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