He soñado, esta noche
pasada, con el fin
de todo, la hecatombe.
No ha sido grave: un breve instante y ya.
Sin dolor ni lamentos.
Sin plegarias.
Sin tiempo apenas de tomar conciencia
del espléndido eclipse
o cuásar al ocaso
o fósforo, al instante
de echar a arder, ahogado por el viento.
Y el día después, ¡cuánta limpieza!
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