Cuando murió mama, fui dado en adopción a una pareja de terratenientes.
Recuerdo que me odiaban. Pero nunca tuvieron hijos, y yo era para ellos,
el fruto del amor de los vencidos. Un maldito bastardo, según decían a
veces, al tiempo que un esclavo; el deseo malsano de dos viejos sin
alma. Yo nunca los llamé papá o mamá; porque me recordaban, pese a ser
unos diablos, de un modo u otro a los abuelos. Con el paso del tiempo,
aquel lugar extraño y el dolor hicieron que borrase de mi mente a mis
seres queridos y todos los detalles del pasado. Yo era un ser nuevo sin
historia. Sólo Rodolfo, el gallo, que en aquel mundo hostil, era mi
único amigo, me hacía, en ocasiones, volver la vista atrás y dudar del presente.
A veces los animales son lo más inocente del desolador relato rural kafkiano de tu Nerva natal
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