Corría el siglo dieciocho: Las autoridades municipales ilustradas sentían agorafobia en la compacta Sevilla amurallada. Para hacerla más higiénica desecaron una gran laguna y la convirtieron en aristocrático lugar de paseo y citas. Así nació la Alameda de Hércules, hoy caricatura postmodernista de lo que fue. Su espacio rival fue una gran alameda triangular –El paseo y los jardines de la Infanta Cristina-. Se extendía desde la Puerta de Jerez al actual Palacio de San Telmo y hasta la Torre del Oro. Entre el siglo diecinueve y las primeras décadas del siglo XX las alamedas ostentaron el cetro del arbolado urbano. Se prolongaron por las rondas de su antigua muralla, por las riberas del Guadalquivir, adornaron las principales vías de entrada al centro urbano, y lo comunicaron con las estaciones ferroviarias de Cádiz y Córdoba o con los caminos a pueblos próximos.
Sin embargo, en las últimas décadas la presencia de los álamos disminuye alarmantemente, se los ve en cada vez menos calles y plazas. Los ecologistas frenaron la desaparición de la Alameda de Hércules para albergar a cambio un gran aparcamiento subterráneo, pero no siempre pueden impedir otros pequeños y sucesivos desmanes. Los alcaldes arboricidas se justifican con que sus grandes y viejas ramas accidentan a los transeúntes en época de temporales y turbiones. También argumentan que sus profundas y largas raíces destrozan esa inmensa cantidad de cables y tuberías que hay bajo las aceras, o que no dejan sitio para los aparcamientos y los carriles-bici.
¡Alamedas sevillanas¡ Aquéllas que cuando los días se acortan y viene el frío ven caer sus hojas y cómo sus desnudos troncos semejan parduzcos y retorcidos esqueletos vegetales. Luego, cuando se alargan las horas de luz y calor, las alamedas renacerán. Forman, entonces, un tupido manto bordado de encaje vegetal que apenas deja ver los edificios aledaños. Bajo sus copas el ambiente de las calles es más fresco y sombreado que alrededor. Estas alamedas sevillanas, contempladas con sosiego, sorprenden por el alegre colorido verde amarillo de sus haces de hojas que tamizan los rayos solares, o cuando eres testigo de su ligero temblor, como el susurro de un arpa, al sacudirlas la mano de una suave brisa.
(¢) Carlos Parejo Delgado
Qué interesante paseo por esos álamos ! Los parques y arboledas no deben desaparecer son la "savia" denuestro pensamiento.
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