domingo, 11 de enero de 2015

El espantapájaros


Cuando llegué a la huerta, yacía sin aliento, junto a las tomateras. Alguien o algo diabólico lo había hecho pedazos. Me acordé de los pájaros de Hitchcock. Entonces el silencio era absoluto y era casi el ocaso. Me dije “a la de tres”, y eché a correr hacia la aldea. Pero las zarzas devoraron el camino. Volví sobre mis pasos y, al llegar a la huerta –ya era noche cerrada- , el cadáver había desaparecido. Y también los tomates y la acequia. “Me culparán a mí” –pensé. Y cavé a uñas y dientes, un hoyo más profundo que la noche, a fin de guarecerme. No pude pegar ojo; un no sé qué espantoso merodeaba en redor de mis sueños. Con la mañana, todo había vuelto a su sitio: la acequia, los tomates, el camino… Y ni rastro de sangre. “Buenos días” –dijo el espantapájaros, con una gran sonrisa. Fue cuando supe que algo monstruoso, algo que nos terminaría arrebatando el alma, se había instalado para siempre en nuestros campos.

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