Siempre he tenido miedo a las iglesias. Cuando aún no había nacido,
nombraban a dios padre, y estallaba, en mi oído, el torvo crepitar de
los Infiernos. El Hijo era otra cosa: también era un Proscrito, un
Condenado. De lo que no me cabe duda alguna ,es de la Inexistencia del espíritu
santo; me lo dijo María Magdalena –y yo confío en Ella como en Nadie-,
besándome los párpados. Malena es una mezcla de Monica Bellucci y
Michelle Pfeiffer: la Belleza Imposible. Cuando me hace el
amor, remueve los cimientos de mis credos, y pienso que es un Ángel.
Luego, mientras echamos un pitillo, entro en razón de nuevo y vuelvo a
darle crédito -¡qué espanto!- sólo a la Carne al fuego del Pecado,
preludio intrascendente del Vacío. Se me olvidó decir que esta María
Magdalena, a la que amo sobre todas las cosas, no tiene que ver Nada con
Aquella del nuevo testamento. Y que su nombre no es María –o, al menos,
no es María Magdalena. Nunca le hice el amor; ¿se puede imaginar mayor
Calvario? Ni siquiera mi miedo a las iglesias.
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