No sé cómo empezó
lo que nunca empezó.
Tal vez fuese el pezón
erecto y desafiante
bajo la transparencia
de la camisa blanca.
O tu risa imponiéndose
al fragor de los ebrios
y la música. El beso
en la mejilla. ¿El beso?
¿Tus pezones? ¿Tu risa?
Hoy tan sólo recuerdo
tus ojos de amazona
caída del caballo
taladrándome el alma.
Tus ojos. Esos ojos,
que, luego de algún tiempo,
se mudaron alfanjes
huidizos que, en lo oscuro,
cercenaron de un golpe
de desdén mi cabeza.
Inquietante y lujuriosa amazona
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