Aun cuando, a duras penas,
me afano en retener
en mi vientre estas ansias
moribundas, dejando
que se vayan pudriendo
como carne ya muerta,
¡te echo tanto de menos!
Confieso que no es fácil,
con este peso, andar
erguido y con la frente
alta, ni contener
las náuseas mientras huyo,
fingiendo indiferencia,
de lo que más deseo.
Y que, sin tregua alguna,
deseo echarlo fuera,
librarme de sus aguas
putrefactas para ir,
doblado por el vómito
pero limpio, a tu encuentro.
Mas cómo ir a tu encuentro
si ya eres sólo, en carne
viva, la remembranza
de un eterno fracaso;
esa pesada lápida
sobre la tierra lóbrega
donde agónica yace
inerme la esperanza.
Si temo, de encontrarte,
contaminar tu vientre,
como antaño, del lastre
que reprimo en el mío;
y que, a fin de librarte
de cargar ese peso
inhumano que nunca
te he deseado, volvieses
una vez más a darme,
rencorosa, la espalda.
Lo confieso, no es fácil
echarte así de menos;
mas cómo ir a tu encuentro.
Duele este poema hasta doblarte por la mitad...
ResponderEliminarun saludo