Me integro en la manada
—la manada que no es
planta o bicho, que es cosa—
con el pánico al lobo
colgándome del labio
inferior como el semen
de un diantre sifilítico.
Qué dios ha prostituido
la erección de mis sueños
en la garganta impúber
de un súcubo sediento.
Qué liturgia: por qué
cruel sinrazón me impongo
la desintegración
prematura al resguardo
sin calor del aprisco.
Soy lobo para el hombre
sin fe que a duras penas
aún subsiste en mí mismo.
El hombre con fe en el hombre o en Dios no busca ser lobo para sus congéneres, efectivamente
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