Derramarán los ángeles,
beatíficos, sus babas
sobre mi esperma célibe,
y me uncirán al yugo
que conduce a los bueyes
a los confines castos
donde el sol es un témpano
de hielo apuntalado
por lanzas degolladas.
Y engendrará este coito
sin orgasmo una bestia
desvalida y cobarde,
incapaz de hacer frente
a la cópula estéril
de la sed con la sangre.
Y yo, el hijo del mal,
renunciaré por siempre
a perecer matando,
y seré por los tiempos
de los tiempos sin tiempo
lo que nunca hubo sido.
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