“Pido la paz y la palabra” –repitió hasta la saciedad Blas de Otero. La
paz y la palabra, no la paz o la palabra. Porque la paz sin la palabra
es como un gorrioncillo que cae del nido y queda a merced de la
intemperie para terminar muriendo de hambre, frío y desamparo. Porque de
su cadáver putrefacto terminan brotando las malas hierbas de la
violencia. Porque en este país sobran altavoces para unos y sordinas
para otros. Sobran cardenales haciendo rancios discursos políticos.
Sobran políticos bajo palio. Sobra miseria y sobran miserables. Sobran
declaraciones de amor interesadas e hipócritas. Sobra rabia amordazada.
Sobran mamporreros con toga. Sobran inquisidores y censores sembrando
vientos que degüellan la palabra. Porque de esos vientos todos
terminaremos recogiendo y sufriendo las tempestades. Por todo ello pido
la paz y la palabra. Y libertad para expresar el desprecio y hasta el
odio que sentimos o podamos llegar a sentir por todo aquello que no
consideramos justo. Pido la paz y la palabra; también para Pablo Hasél.
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