La noche –en apariencia– se ha
templado;
oyendo como cruje la epidermis
raquítica que alberga a útero y
semen,
diríase que amaina la cellisca,
dando una tregua al cántico pagano
postrado ante la cópula del frío
con las opacas huestes del silencio.
No es más que un espejismo; en estos
pagos
plagados de carámbanos perpetuos
e indisolubles sombras,
reina eterno el invierno.
El invierno del alma y la primavera del cuerpo
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