Mi fe era un hilo enjuto
–digo mi fe pagana;
de la otra nunca tuve-
soportando una roca
con un peso mil veces
mayor a la de Sísifo.
Pero las alimañas
de moqueta y poltrona
la molieron a golpes
de decreto y rapiña
–y tú tampoco estabas
para zurcir con tu hálito
de ungüento el desamparo-
y hoy no es más que un revuelto
de pingajos inermes
pudriéndose por dentro
en el estercolero
de los sueños rendidos.
No obstante aún en las noches
de alcohol y marihuana,
asciende y se agiganta
desde la podredumbre
una esperanza laxa
como la polla estéril
de los septuagenarios
ahítos de Viagra:
que el cadáver fermente
de tal modo que henchido
de gas metano estalle
y en la explosión se lleve
victorioso y extático
por delante a los perros
amén de a sus cachorros.
La fe pagana también es fe
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