jueves, 21 de noviembre de 2013

Confirmación


A menudo recuerdo aquel prodigio.
La mañana de enero, helada y gris,
en la que me afirmé en el ateísmo.
Rogaba, desolado,
al cielo, amén de auxilio,
con honda devoción misericordia
y, esperando respuesta en aquel parque,
al cabo de tres horas de plegarias
me cayó sobre un hombro tibiamente
una enorme cagada de paloma.
"¡Milagro, es un milagro!"
se oyó gritar a coro -celestial- a unas monjas
-carmelitas, descalzas pese a estar
cubierto el suelo de glacial escarcha-
que andaban por allí de penitencia.
Aprendí la lección: aquel que, suplicante,
se sienta esperanzado
esperando a que caiga 
algo bueno del cielo,
si acaso algo recibe
será probablemente, si no granizo, mierda.
Y, tras pasar por la tintorería,
no volví a suplicar al aire libre
ni, por resentimiento hacia los dioses,
a acudir a la iglesia.

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