La irrealidad me embarga
en tanto el temporal arrecia. El ascensor
se detiene de súbito. Un violento
golpe lo hace pedazos, lo revienta,
y una mezcla de vísceras y despojos metálicos
se esparce, palpitante, al borde del abismo.
Una escalera en forma de torbellino oceánico
arrastra los añicos de la postrer zozobra
hacia la terminal de un periplo sin vuelta.
Qué miedo
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