“Niño, ¿cómo te pongo el huevo?”,
llegaba de la cocina una voz.
“¡Fritosssss!”, subrayaba yo el
plural.
Porque en huevos desde luego
el que sean de dos en dos
es, qué sé yo, lo natural.
¿Cuánto cuesta lo más caro,
lo imposible, lo más nuevo?.
Pues aquí entre nosotros,
por decirlo to’ bien claro,
lo más caro cuesta un güevo
y además la yema de otro.
Es blasón de jerarquía
y patente de dominio;
cuando en casa se desmanden
tú resuelve la porfía
recordándole a tu niño
que huevo comerás cuando seas padre.
Madre de la filosofía,
misterio abracadabrante
que a desvelar nadie atina;
no se ha resuelto todavía
la cuestión de qué fue antes,
si fue el huevo o la gallina.
Huevo frito, yo te adoro.
Tú y tu madre putifina
sois el origen de todo;
para mí cualquier gallina
es la de los huevos de oro,
la reina de la cocina.
Margarita de una hoja
el hambriento la deshoja
empezando por la clara,
que si tiene puntillitas
es rizada y más bonita
qu’el vestío de Sara Baras.
Sol de Agosto de justicia,
as de oros de la baraja,
medalla del campeón,
es tu yema una delicia
de color Pepe Navajas
a punto de congestión,
entre fuego de naranja
y amarillo reventón.
Lo concreto de tu curva
tiene algo de vulva
y es desfloración
que a mi me turba
cuando armao de migajón,
rompo apenas nada, una brizna,
la telilla y se derrama
un borbotón
del color de Hare Krishna.
Si hay en la sala algún doctor
de esta religión del huevo agnóstico
pensará, por pura praxis,
“Malo pa’l colesterol”.
Acierta en el diagnóstico,
mas la caga en la sintaxis:
Será malo, o casi,
pa’l que lo trincha,
de huelga de hambre el esquirol,
pa’l que moja pan y pincha,
pero no pa’l colesterol;
el colesterol es quien se hincha.
Si a ese par de ojos saltones
que te miran desde el plato
y parecen ya un retrato
tú le pones,
por ponerle sentimiento
y quizás rizando el rizo,
de nariz algún pimiento
y de boca un buen chorizo,
esa cara es hasta guapa,
si la añades de melena
una fritá de berenjenas
o una sartená de papas.
¡Arte puro, di que sí!,
aunque las venas te atasque,
digno de los pinceles de Velázquez;
que ya saben que don Diego,
aquel sevillano de Madrid
lo invistió de pedigrí
en su “Vieja friendo huevos”.
(((“¡Ay, señor, qué hombre tan
basto!
Hay un arte que es más nuevo,
el arte abstracto…”)))
¡Exacto!,
Me los estás poniendo a güevo:
Un plato con cuatro esquinas;
una niebla humeante
de nitrógeno licuado.
En el centro una tarrina,
dos guisantes laqueados
y un poco de gelatina.
Y pa que no falte de nada,
apenas un bocado de tortilla.
Desestructurada.
Le pinchan un yerbajo
y te firman el trabajo
con un par de chorreones:
uno fucsia, tié cojones,
y otro verde fosforito.
Pues muy bien,
Pues muy bonito…
(((“Se llama nouvelle cuisine”)))
Pues muy bien,
pues que le den.
…Que le den otra estrella Michelín,
que lo que es aquí Agustín
se queda con la flor de la sartén
para darse un buen festín.
Y pide aquí al Ayuntamiento
que haga un hueco en plenario
y le ponga un monumento,
una estatua, un monolito
a ese artista visionario
de talento extraordinario
que inventó los huevos fritos.
Texto e ilustración: Agustín Casado
muy trabajado, nunca imaginé que los huevos dieran pa tanto
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