Se me
caído un verso de las manos y se ha partido en seis; está sangrando. No
quiero recordar lo que nombraba –si es que nombraba algo-, pero el
silencio es sucio como el vino y se esculpe a mazazos en la frente de la
jerga señera de los muertos. Hay una cicatriz que anega el aire, lo
está petrificando con su voz de seda y árboles. Finjo ignorar sus salmos
ebrios, y escucho con espanto los lamentos
de los que no han gozado de la noche, de los desheredados comedores de
vidrio y pan celeste. Más allá de los huesos de la risa, hay una playa
de ojos grandes y arenas del color de un moribundo, sumiéndose en la
ciénaga de los labios del vinagre, que arrastra tras sus remos el
bálsamo de Poe. Ya sé que sobran adjetivos. Pero trato de llenar con sus
despojos, el hueco que han dejado, desertando, los adverbios de tiempo.
A veces es mejor no saberlo, la ignorancia nos presta un descanso, los ojos cansados encuentran reposo, los vacíos un hueco más y el tiempo queda agazapado para no ser excabadora de entrañas.
ResponderEliminarA veces la tristeza es tan bella.
Mi abrazo y mi luz
Qué bello! Ay, veré si me encuentro ese verso, aunque esté descuartizado, viniendo de ti debe ser sublime. (Después diré que es mío, que salió de mi cabecita)
ResponderEliminarBesos
Cuando estás adolorido eres doblemente poeta.