Cuando entró en la discoteca,
pese a su hábito novicio,
viendo en su mirada el vicio,
presumió "esta monja peca".
Dijo, amoroso, "muñeca,
¿nos damos tú y yo un buen lote?"
y ella, cautivo a su escote,
lo arrastró hasta un reservado
donde él quedó anonadado
al ver que era un sacerdote.
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