Cae exánime la hiel de las estrellas
sobre la nieve y teje entre las ramas
sin savia de los árboles calcáreos
cepos de sal y jábegas.
El sitio de la herrumbre caria el
tuétano
fetal de la penuria en tanto, hirsuto,
un fragor de murciélagos de acero
y de ametralladoras triza el aire,
cegando con sus babas las acequias
con las que se alineaban, desafiando
la opacidad cloacal del firmamento,
la luz de la vía láctea y las
palomas.
Pero esta noche no.
Esta noche sin alas ni luciérnagas,
aguaceros de napalm y jaurías
de buitres cibernéticos profanan
el pródigo venero del aullido,
alzando sus patíbulos sedientos
en torno a la ternura y su guarida.
Como una maldición de ángeles
bárbaros
triunfante se abre paso
la fiebre funeraria de lo eterno.
Este es uno de tus poemas tan oscuro como boca de lobo
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